A veces discutir es necesario, pero hay que cuidar que no sea en frente de los niños, que absorben como una esponja todas las malas actitudes de sus padres.
Es normal que las parejas discutan de vez en cuando, y aunque se quiera controlar esos momentos frente a los niños, muchas veces no se puede y no nos damos cuenta de lo mucho que les puede afectar, incluso se pueden generar trastornos emocionales en el largo plazo.
“Hay que tener en cuenta que los niños ven la realidad de manera distinta que los adultos. Si ven a sus padres discutiendo pueden sacar conclusiones erróneas y sentirse desconcertados, creando sus propias hipótesis, e incluso pueden sentir que la discusión es por su culpa”, explica Sandra Delgado, psicóloga de Clínica INDISA.
Las respuestas que tienen los niños ante estas situaciones varían según su edad o etapa de crecimiento:
Recién nacidos y primer año: Los bebés comienzan a estar más intranquilos, lloran con mayor frecuencia y a veces les cuesta calmarse. Incluso algunos se dan cabezazos en la cuna o en el suelo. Esto desespera a los padres y los hace sentir impotentes frente a estas conductas, lo que genera nuevamente discusiones.
Pre – Escolar: En general, se ponen mañosos después de una discusión y lloran. A esta edad todavía no tienen una idea clara de lo que está pasando, y cuando sus padres discuten les gustaría defender a los dos, y no entienden quién tiene razón. Además, como su pensamiento todavía es egocéntrico, creen que es su culpa. Es posible que durante el día el niño esté más ansioso, agresivo o llorón.
Escolares: Pueden sentir ansiedad, susto o vergüenza con sus compañeros. También pueden ponerse agresivos e hiperactivos, pueden comenzar a tener miedo en las noches o presentar otros síntomas. Las discusiones permanentes entre los padres inevitablemente afectan el desarrollo emocional de los niños y su autoestima.
Por otra parte, existen distintas maneras que permiten evitar este daño en los niños, y debemos tener conciencia de ello:
– Discutir fuera del área de los niños.
– Nunca hacer que el hijo tome partido por alguno.
– No transformar al hijo en una fuente de apoyo.
– Explicarle que no es su culpa, aún cuando la discusión esté relacionada con ellos.
– Estar atentos a las actitudes como portazos o caras de enojo, ya que los pequeños perciben todos esos detalles.